En
una extensa llanura yerma, en la convergencia de los kilómetros 256 y 257, a
escasos metros de la carretera panamericana sur, en Ica, se encuentra Pozo
Santo, un lugar muy visitado por los viajeros que hacen un alto en su trajinar
cotidiano para admirar el santuario y conocer la maravillosa obra realizada por
Fray Ramón Rojas, conocido con el seudónimo de Padre Guatemala.
En
ese ardiente médano de leve inclinación, actualmente existe una capilla
conteniendo algunos vestigios del santo guatemalteco. Exteriormente estaba
rodeada por palmeras, guarangos, pacaes y eucaliptos que en cierta forma
engalanan el árido paisaje. En el frontis del pequeño Templo se halla el
milagroso pozuelo, casi a flor de tierra, protegido por losetas y con cubierta
de cemento, discurriendo el agua por una cañería subterránea que al final tiene
una llave por donde el caminante puede obtener refrescante agua; según
manifiestan, es bendita.
Los
conocedores de la vida y obra caritativa del Padre Guatemala dicen que fue muy
afectuoso con todos sin distingo económico ni social. En uno de sus viajes que
hizo a pie entre Ica, Pisco y Chincha, es cuando realizó el milagro de
encontrar agua en ese ardiente desierto. Todo aconteció después de una solemne
misa ofrecida por el religioso en el templo de Jesús María en la ciudad iqueña,
cuando de improviso decidió viajar a Pisco. Los entristecidos fieles pensaron
que se iba para no volver. Hubo cierto descontento y muchas protestas por tal
decisión. Numerosas personas se ofrecieron a acompañarlo, aceptando gustoso el
bondadoso clérigo.
A
las tres de la mañana del día siguiente, se inició el ansiado viaje; oscuro
todavía estaba el firmamento, al parecer, las estrellas se habían escondido. Hombres
y mujeres de toda edad, imbuidos de incomparable fe religiosa, enrumbaron
presurosos de Ica con dirección a Pisco. El entusiasmo era grande, la
muchedumbre, cual importante ejército sin armas, avanzaba alentada por la brisa
marina; la mañana se tornaba clarividente, el límpido cielo azul presagiaba que
el Rey Sol, pronto irradiaría sus ardientes rayos sobre la enfervorizada
multitud. Cuando los cansados feligreses, liderados por el sacerdote, habían
recorrido gran parte de la desértica vía, los niños sintieron los primeros
estragos de hambre y sed, porque a sus progenitores no les quedaba provisiones;
el candente desierto y los inclementes rayos solares, cundían el descontento
general.
Ante
este grave problema, el Padre Guatemala los asistía con panes, galletas y
bizcochos que llevaba. Llegó el momento donde los sedientos párvulos se
desesperaron, las protestas se multiplicaron, caldeando más los ánimos. Fue
precisamente en ese instante cuando el representante de Dios hizo un alto en el
lugar donde hoy está ubicada la capilla para arrodillarse, levantar los brazos
y mirar al firmamento con el fin de pedir al Señor solucionar el delicado
problema, de inmediato se puso a escarbar con sus manos el ardiente suelo. Ante
el estupor de la muchedumbre el agua comenzó a brotar clara y fresca para
alegría de todos. Ante este sorprendente hallazgo la masa humana se postró de
rodillas con profunda devoción dando gracias a Dios y al Padre Guatemala por
haberlos salvado de una muerte segura.
Conseguida
esa gracia divina, el infatigable fraile manifestó "A este pocito que
bendigo nunca le faltará agua, porque es un verdadero milagro concedido por
Nuestro Redentor a seres necesitados".
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